Sin embargo si algo había aprendido era que no se podía atribuir una importancia cósmica a un simple acontecimiento terrenal.
Casualidad, a eso se reduce todo. Nada más que casualidad.
Por fin había aprendido que no existían los milagros, que no existía el destino, que nada está predestinado. Lo sabía, ahora estaba seguro de ello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario